Mientras el mundo busca estrategias para paliar la crisis alimentaria que se viene, aquí una congresista hizo un desconcertante trámite.
Atendiendo la irreverencia de un advenedizo, remitió al premier un insólito pedido.
Solicitaba modificar el diseño y colores de nuestra icónica Bandera.
De inmediato, el Ministerio de Defensa recordó que la Constitución establece que cualquier cambio vulnera el principio de identidad nacional.
Igualmente que una sentencia del Tribunal Constitucional remarca;
“Su
permanencia, estabilidad e intangibilidad permite que generaciones sucesivas se
identifiquen con los símbolos y los conviertan en un factor de cohesión social
y orgullo”.
Consideró el planteamiento como improcedente
e inviable.
Cuestionó
que tiene similitudes morfológicas gráficas con banderas de países y municipios
extranjeros.
La bicolor se remonta a la anécdota
del general José de San Martín en la bahía de Paracas el 21 de octubre de 1820.
Refiere que vio en su sueño el vuelo
de parihuanas con las alas rojas y el pecho blanco. Su belleza, lo motivó crear
el emblema patrio.
Aquel con el que proclamó nuestra
independencia en julio del año siguiente.
El que flameó en la cúspide del mástil
del Huáscar el almirante Miguel Grau durante la Guerra del Pacífico.
Que inmortalizaron Francisco Bolognesi
y Alfonso Ugarte en el Morro de Arica defendiendo nuestro territorio.
El que fulguró en el fuselaje del avión de José Quiñones al estrellar su
nave acallando la artillería enemiga.
O la que cada 28 de agosto pasean en
procesión los hermanos tacneños evocando el retorno a la nacionalidad.
El distintivo que luce la blanquirroja
en la cancha cuando nos hace gritar, abrazarnos y llorar al convertir un gol
El mismo que emocionados colocamos en
la parte más alta de nuestra casa en julio de todos los años.
Esa Bandera Nacional. Símbolo de la Patria. Con tanta
historia, tradición y gloria... ¡Nadie debe osar cambiarla jamás...!