Primera escena. Noviembre pasado. Un
hombre de prensa entrevista a un revoltoso en la plaza San Martín de Lima.
Llegan otras personas y rodean al
reportero. Mientras busca protegerse, lo
insultan y empujan
En el tumulto, una mujer, en clara
muestra de hostilidad, le lanza una botella con agua.
Segunda escena. Diciembre último. Una
joven reportera camina por una ancha calle de la capital.
Una turba de protestantes va a su alcance.
De repente, a sus espaldas, un sujeto acelera y le jala, con violencia, su
larga cabellera.
Y, como todo cobarde, huye corriendo.
Tercera escena. Repetida durante los últimos
16 meses. El expresidente asiste a un acto oficial.
Los periodistas acuden tras él. Tratan
de arrancarle una declaración valiosa.
Imposible. Hay órdenes que cumplir. Su
afán informativo se trunca por la acción de medio centenar de policías.
Respecto a lo primero, sorprende que
ciudadanos tengan esa equivocada conducta ante la prensa.
Como inexplicable es el atentado al
edificio de un canal de televisión y los destrozos a la camioneta de una radio.
Tan errada actitud, es el resultado de
los constantes discursos de estigmatización contra los medios.
¿Cuál era el temor…? ¿Que se conociera
la verdad…?
Craso error. Porque lo evidente no
puede ocultarse para siempre. Tarde o temprano sale a la luz.
Y allí, todo se desmorona. Vienen las
desilusiones y desengaños.
Insistimos. El periodismo no puede
divulgar lo que se le ocurra. Solo lo hace sustentado en fuentes creíbles. Con
base. Fundamento.
Un consejo. Lean, vean, escuchen las
noticias. Entérense y analicen. Jamás opinen, ni actúen por lo que les dicen u
oyeron.
El año que acaba de irse, no fue bueno
para el periodismo peruano.
Sufrió 303 ataques según la Asociación
Nacional de Periodistas. La cifra más alta en lo que va del siglo XXI. Que no
se repita.
No olvides que: “Cuando callan a un periodista, evitan tu derecho a saber…”.
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