En pleno, el Congreso rechazó el informe final que recomendaba inhabilitar 10 años, por infracción constitucional, a Pedro Castillo.
El hombre del sombrero acaba de ser sentenciado por el intento de golpe de Estado del 7 de diciembre de 2022.
Apenas 44 votos a favor, 31 en contra y 3 abstenciones, fue el resultado de la votación.
Eso demuestra, una vez más, la clamorosa ausencia de principios en muchos Inquilinos del Legislativo.
La mañana de ese convulsionado día, el Perú estuvo al borde de caer en un profundo precipicio.
Antes, se habían revelado graves e innumerables denuncias contra el exmandatario que aún son materia de investigación.
El temerario pronunciamiento anunciaba un gobierno de excepción que nos hubiera llevado a la debacle.
Los párrafos del escrito, leído temblorosamente, incluía una serie de cambios estructurales y ordenaba la disolución del Congreso.
Estaba clarito. No había nada que explicar. Mandaba a los 130 congresistas a su casa.
Y. pese a haber estado al límite de supervivencia, apartándolos del panorama político, hace unos días perdonaron al agresor de la ley.
Eso es falta de conciencia y convicción. Amor propio. Masoquismo puro.
Los que votaron contra la inhabilitación de su verdugo gozan sintiéndose humilladas o maltratadas por quien los quiso dejar en la calle.
Indiferentes al desprecio en carne propia, no tuvieron el suficiente coraje para bajarle el dedo acusador.
El Poder Judicial lo hizo por ellos. De lo contrario, lo tuvieramos sacándonos la lenga en las elecciones próximas.
Esa antidemocrática actitud, cuelga a los congresistas un nuevo vocablo en la larga lista de adjetivos calificativos adversos: masoquistas…
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