Campañas con pancartas, como la de la imagen, no tienen ninguna aplicación práctica. La contaminación sonora atormenta y enferma a los trujillanos.
Otro de los neurálgicos problemas de Trujillo, que ningún
alcalde pudo solucionar, es la insoportable contaminación sonora.
El Reglamento de Tránsito y una ordenanza municipal
prohíben el uso de bocinas. Ambas sancionan a los infractores.
Sin embargo, desde el siglo pasado, nuestra ciudad es una olla
de grillos. Uno escucha ruido por todas partes.
Compulsivos pilotos accionan el claxon al
avanzar y otros, hasta para llamar desde el carro en vez de bajar y tocar el
timbre de una casa.
Conductores de vehículos particulares,
taxis, colectivos, micros, combis y motos, aprovechando la absoluta falta de
control, hacen lo mismo.
No se respeta el silencio al transitar por
los colegios, hospitales o centros de salud. Como no hay multa, los choferes
actúan como les da la gana.
Lo incorrecto se ha hecho común en nuestra
ciudad. ¡Una verdadera vergüenza...!
Miren como gritan en las esquinas los
cobradores del transporte indicando el recorrido de sus unidades.
O el estridente sonido que emiten los
compradores de chatarra y cosas usadas, así como los vendedores de frutas y
verduras en tricimotos.
Hace un tiempo, Prensa Virtual Trujillo sugirió
al municipio dotarlos de una melodía instrumental para identificarse y no
atormentar al vecindario a su paso. No hubo eco.
Entre los culpables se incluyen también a
los propietarios de ciertos centros comerciales del centro histórico y
alrededores.
La ciudadanía posee el derecho a la paz y
tranquilidad y la responsable de hacerlo efectivo es la autoridad municipal.
No obstante, ese fundamental aspecto de la
convivencia humana jamás ha sido motivo de preocupación edilicia.
El ruido constituye un problema de salud
pública capaz de causar enfermedades hasta llegar a la pérdida paulatina de la
audición.
Genera,
además confusión, desequilibrio, estrés, depresión, fatiga, irritabilidad,
trastornos del sueño y aumento del colesterol y el nivel de azúcar.
La
situación se agrava debido a que muchos vehículos en Trujillo no solo poseen
bocinas, sino sirenas y aparatos de aire comprimido.
No
hay justificación alguna para que la policía y los agentes municipales se
abstengan de castigar a los transgresores.
El
máximo permitido por la Organización Mundial de la Salud para el uso del claxon
es 55 decibeles. En Trujillo, por momentos, bordea los 100.
Esporádicas
campañas edilicias con mediciones y pancartas se programan. Al final, no tienen
ninguna aplicación práctica.
Si
existe normativa legal vigente. ¿Por qué no se ejecutan operativos con papeletas
sin rebajas...?
Ninguna
gestión edil tomó la iniciativa de coordinar con la policía una radical acción
contra el exagerado uso de bocinas. ¿Qué les impidió actuar...?
En
las grandes metrópolis, donde circulan muchos más vehículos que en Trujillo, se
utilizan solo en casos de emergencia.
Aquí,
la falta de autoridad y conciencia cívica provocan el caos propio de los
pueblos más atrasados del orbe.
El
grave problema de la contaminación sonora se manifiesta desde hace décadas. Persiste
en pleno siglo XXI. Y con mayor intensidad.
Nadie
se puso fuerte y aplicó la ley. Quien sea elegido en octubre. ¿Lo hará...?
Porque
hasta ahora. ¡Ningún alcalde lo hizo...!
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