En este lugar estaba la lejía. Hoy luce vacío. Semanas atrás ocurrió lo mismo con el papel higiénico que ahora abunda y más barato. (Rpp).
Agotadas
las provisiones en casa, fue necesario acudir al supermercado más cercano. Romper, por un momento, el aislamiento social obligatorio.
El
panorama era de película. Colas larguísimas. Por todos sitios. Cada una
conducía a un destino diferente.
Escogí
la de los víveres. Pocos respetaban la distancia. Ahora, a esperar. Se entraba
por grupos. De 20 en 20.
Ese
mediodía, el sol quemaba a plomo. Para aplacarlo, un chiquillo vendía bebidas
heladas.
Cinco o
seis ambulantes, entre hombres y mujeres, ofrecían mascarillas y guantes a dos
y tres soles.
¿Dónde
las consiguieron si no se encuentran en ninguna parte...?
Delante
mío había una señora gorda. Apareció, de pronto, su amiga y le sugirió
colocarse atrás.
Protesté.
Entonces, sacándome la lengua, la colocó delante suyo. Nadie se compró el
pleito. Me pasé la saliva.
En el
portón, un joven con termómetro digital nos mide la temperatura en la frente.
Una pistolita lanza una luz laser.
Pasé la
prueba. Otro control para asearse las manos. Bañarlas en alcohol y.. ¡Uf...! ¡Adentro...!
No
había un solo frasco de lejía que tanto ansiaba. Pero, abundaba papel higiénico
de 40 rollos, doble hoja (por si se rompe una).
Preferido
cuando el Covid-19 nos guiñaba el ojo. Se vendía a 24 soles. Costaba casi el
doble. Hoy, nadie lo compra.
No
faltaron las parejas enamoradas que, de la mano, paseaban sin adquirir nada. ¿Y
para qué fueron...?
Mientras
embolsaba lo que necesitaba, cruzó un cliente con la mascarilla que solo le
cubría la boca. ¿Y la nariz...?
Otro. Extremista
aburrido, la tenía debajo del mentón. Así de irresponsables somos algunos
peruanos.
Para
terminar la anécdota de la mujer que hizo ingresar a la fila a otra.
La amiga
completó los 20 permitidos. Así que la "bondadosa" tuvo que esperar
el otro grupo para entrar, comprar y, de castigo, regresar sola.
Todo,
por el coronavirus...
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