Hace unos años visité un país increíble. Donde las tiendas exhiben, al aire libre, joyas de oro y plata.
Y la gente las luce sin temor a los robos. Sucede lo mismo con relojes y artículos de valor.
Es Singapur. Nación agobiada, a inicios de los 60, por la delincuencia, la pobreza, el soborno y la malversación de fondos.
Hasta que asumió la conducción Lee Kuan Yew y se propuso cambiar ese triste panorama.
Creó la Oficina de Investigación de Corrupción que, sin orden judicial, podía detener e investigar a los sospechosos.
Autorizó a los medios de comunicación independientes y objetivos a cubrir imparcialmente todos los casos de corrupción.
Así
envió a prisión a
varios ministros, funcionarios, líderes comunitarios, jefes de sindicatos y
altos directivos de empresas estatales.
Para
combatir el desempleo invitó a los inversores extranjeros que crearon fábricas
y producían sin ninguna intervención del Estado
Kuan hizo que los jóvenes ganaran experiencia en esas compañías y crearan empresas nacionales para competir en el mercado internacional.
Por su
parte, el gobierno capacitó a los estudiantes en tecnología, marketing,
gerencia y formó compañías estatales que les dieron trabajo.
Se les enseñó a ser responsables, puntuales, honestos y aprender a fabricar productos de alta calidad.
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