Corría el año 1969 y el Club de Leones de Trujillo, en rueda de prensa, anunció el Festival de la Primavera y el Festival Internacional de la Canción.
Era la cuarta edición del evento musical y, entre los
numerosos artistas extranjeros y nacionales, se mencionó a Raúl Vásquez.
Nadie lo conocía. Gustavo Iturri y "Min" Gayoso
se encargaron de brindarnos detalles sobre él.
Informaron que se trataba de un nuevo cantante y
compositor loretano que iba a "causar furor". Nada más.
Antes de participar, lo entrevisté para el diario La
Industria. Era un joven como cualquier otro. Delgado. No tan alto. Y, muy discreto.
Tan sencillo, que ni se había preocupado de buscar un
nombre artístico. Actuaba con el que le pusieron sus padres.
Sobre el estrado,
fue otro. Se transformó. Guitarra en mano, impresionó por su dominio de escena
y el tema.
En plena época de la Nueva Ola. Cuando la balada y las
melodías románticas enternecían al mundo, salió hablando de la muerte.
Cantó su inspiración "La Plañidera", que alude
a aquella mujer contratada, en ciertos lugares, para llorar en los sepelios.
"La plañidera, que sus lágrimas vendió... llora a
quien no conoció".
A mitad de interpretación el público, que abarrotaba el coliseo
Gran Chimú, se puso de pie y empezó a aplaudir a rabiar. Pasó a la semifinal y
final.
Ese día de sábado por la noche, entre tantas versiones de
pegada, el recordado David Odría lo proclamó ganador del festival.
Unas chicas le lanzaban flores y serpentinas. Otras
lloraban de emoción. El griterío era ensordecedor al recibir el Tumi de Oro.
Otros de sus éxitos fueron "La tierra, la
tierra", "Voy a guardar mi lamento" y "Vas a ser mi
compañera".
Recibió merecidos elogios con ‘Se va, se va…’, cuyo
nombre original es "Una pelota de trapo", dedicada al club Alianza Lima.
La segunda quincena de abril, el añorado Raúl Vásquez
partió a la eternidad.
Ahora, canta entre las nubes. Jugando con los ángeles...
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