Se vivían los años sesenta. Era la etapa de los estudios superiores de especialidad en la Universidad Nacional de Trujillo.
Allí, en el añorado local de la Plaza
de Armas. Entrando, a la derecha se abre el tradicional patio. Rodeado de
arcadas. Al lado izquierdo, el paraninfo.
Frente a la puerta principal, funcionaba
la impresionante biblioteca. Con sus paredes adornadas de libros. Cada uno
ordenado por áreas profesionales.
A los compañeros que la visitaban con
frecuencia, les decíamos en broma, "ratón de biblioteca". Yo, no
pertenecía a ese selecto grupo.
No obstante, estaba obligado a
ingresar al sosegado recinto para cumplir
con los trabajos de investigación encomendados
por los catedráticos.
Uno de esos atareados días de la
juventud, me topé con la referencia a una faceta desconocida en la vida
sentimental del libertador Simón Bolívar.
Con la inquietud propia de la edad, no
solté la página y me detuve a leer.
La mención resultó tan interesante,
que dejé a un lado la tarea y, apurado, como si se fuera a esfumar, apunté los detalles
más relevantes.
Veinteañero, soltero y acucioso, quedé
fascinado con la carta que Simón Bolívar envió hasta Francia, a su prima Fanny
Du Villars.
Examiné aspectos similares sobre José
de San Martín y escribí un artículo que se publicó, a cuatro columnas, en el
diario La Industria.
"La azarosa vida romántica de los libertadores del Perú", fue
el título y salió en el vicedecano de
la prensa nacional, el 16 de agosto de 1964.
Impresionado por la elocuencia del
ilustre caraqueño, en esa ocasión, incluí el texto íntegro del escrito. El
mismo que adjuntamos hoy.
Con ese valioso testimonio, sesenta
años después, al celebrarse el bicentenario de la batalla de Junín, decidí
indagar sobre la enigmática dama.
Y, cual "ratón de internet",
me zambullí en el insondable mundo de la
red. Comencé a bucear y explorar en una y otra dirección.
Encontré así un emotivo y romántico
documento que Fanny le remitió, desde Francia, con mucha anticipación, el 6 de
abril de 1826.
Confirmé también, el tembloroso manuscrito,
a causa de la enfermedad, enviado por Bolívar a París como respuesta, el 6 de
diciembre de 1830.
Fue el último esfuerzo de su
victoriosa mano. Pues, luego once días, a la 1.03 de la tarde del viernes 17 de
diciembre, falleció. Tenía 47 años.
"Tras
una larga, pero calmada agonía", su deceso tuvo como escenario la
Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, Colombia.
¿CÓMO CONOCIÓ A FANNY...?
Bolívar se casó muy joven. Contaba
apenas con 19 años al contraer matrimonio con Teresa Rodríguez del Toro.
Sin embargo, la felicidad de los
contrayentes duró poco. Pronto, quedó viudo. Ella murió el 22 de enero de 1802,
Afectado, cae en la melancolía y la
depresión. Vuelve a sentir la pena que sufrió siendo niño con la desaparición
de sus padres.
Acongojado, decide viajar a España
para devolver, tal como se estilaba, las
prendas de quien fuera su esposa, a sus progenitores.
Recorre en Madrid los lugares que
caminó con su amada, Pero, el desconsuelo persiste. Tratando de olvidar todo,
en 1804, se traslada a París.
Es allí donde conoce a Fanny, perteneciente
a la alta sociedad gala, quien le presentó a varios intelectuales de la Revolución
Francesa.
En esa forma se impregna de las ideas
libertarias. Y, en el frecuente trato con ella, queda prendado de su hermosura.
La tristeza quedó atrás.
BELLA Y CULTA
Ciertos autores anotan que Simón y
Fanny eran primos. Otros, en cambio, estiman que no tenían parentesco alguno.
En lo que todos coinciden, es que el encanto
de la joven parisina lo cautivó en demasía.
Era una mujer elegante, inteligente y coqueta.
La blancura de su cutis y ojos azules
contrastaban con su negra y ensortijada cabellera. Y, lo principal. Destacaba
por ser preparada y culta..
Se complementaba de maravillas con
Bolívar, quien era una persona hábil, ilustrada y de carácter. Poseía un gran
dominio del idioma.
Fatalmente, el idilio de lo que
parecía la pareja ideal, quedó interrumpido
Ocurrió cuando él insiste en regresar
a América para luchar por la libertad de las colonias españolas.
Los ruegos y súplicas para que que no
se marchara, fueron inútiles. No lograron convencerlo. Su determinación era
irreversible.
La despedida fue dramática. Sucedió el
6 de abril de 1805. Como singular recuerdo, Bolívar le obsequió un anillo con la
fecha del adiós.
Un sentido y enternecedor abrazo,
selló la amorosa relación. Nunca más volvieron a verse las caras. La distancia,
sin duda, separó sus rumbos.
LAS CONMOVEDORAS CARTAS
A partir de ese crucial momento, las
cartas fueron el único vínculo que los mantuvo en contacto. Esos escritos, los
hacían sentirse cercanos,
Juntos. Unidos. Como antes. Como
siempre habían deseado que sean sus vidas. El destino se interpuso. Les trazó
caminos diferentes.
Entre aquella cariñosa correspondencia
que, pese al tiempo se conservó, las dos últimas misivas son de colección.
Porque constituyen una oda al sincero aprecio
que se profesan dos personas cuya estimación se eleva a lo más alto de los
sentimientos.
En ellas, es la pluma la que escribe
lo que les dicta el corazón.
Cada una de las palabras representa un
canto al amor, sin mencionarlo. Son verdaderos poemas.
Describen aquello que, de manera
inexplicable, estamos perdiendo como seres humanos. Algo que jamás debe pasar de moda.
Actuamos obsesionados por los asuntos materiales.
Incompatibles con las sensaciones y los valores.
El enceguecedor culto al dinero. El
dar más importancia a las cosas que a las personas, nos alejan de las más
dulces emociones.
Ingresen a su habitación. Apaguen
todo. Menos la luz. Cúbranse con un invisible manto de absoluto silencio
Lean estas enternecedoras cartas. Párrafo
por párrafo. Con la mayor calma posible. Tómenle sentido a cada frase.
Y, si por un instante, llegan a
conmoverse hasta las lágrimas, tal vez, habremos logrado el sublime objetivo
que anhelamos al publicarlas...
LA ÚLTIMA CARTA DE FANNY
París, abril 6, de 1826
Dedico esta esquela para
nosotros dos.
Hoy hace 21 años, mi
querido primo, que usted dejó París y me dio una sortija que lleva esta misma
fecha, 6 de abril; pero en vez de 1826, fue en 1805 cuando aquello sucedió.
Este anillo siempre me
ha acompañado, trayéndome a la memoria el recuerdo gratísimo de una amistad que
me aseguró, solo se extinguiría con su postrer suspiro.
¿Recuerda mis lágrimas
vertidas, mis súplicas para impedirle marcharse? Su voluntad resistió a todos
mis ruegos. Ya el amor a la gloria se había apoderado de todo su ser, y solo
pertenecía a sus semejantes por el prestigio que les ocultaba el genio, que las
circunstancias han aumentado.
Su resolución de
alejarse de mi me hirió profundamente; pero hoy aquel valor tan firme lo eleva
en mi pensamiento y lo coloca sobre todos los hombres.
He tenido y tengo aún la
confianza de creer que usted me amó sinceramente, y que en sus triunfos, como
en los momentos en que corría algún peligro, pensó que Fanny le dirigía sus pensamientos.
Consérvese para la
felicidad y la gloria del Nuevo Mundo; tengo todavía la esperanza de volver a
verlo, de estrechar contra mi corazón al ser más digno que ocupa todos mis
pensamientos, al objeto de mi profunda admiración.
Dígame, pero escrito de
su mano, que me conserva una amistad verdadera… No tengo ya el derecho de ser
exigente…
Si se encuentra en el
apogeo de la gloria, dígamelo, y me congratularé con usted; si, al contrario,
no se siente satisfecho, también es a mí a quien debe decirlo porque lo que
concierne a usted será para mí más que mi propia existencia, más que yo misma.
Adiós, mi caro amigo, yo
lo amo y creo que no es porque le he amado que le amo tanto. No sería imposible
que fuese este un adiós para siempre. Dios sólo y usted pueden saberlo.
Conserve mi retrato; él
será más feliz que yo, porque, al enviarle mi imagen, no tengo la facultad de
prestar mi alma a mi fisonomía: si la tuviera, tal vez olvidaría usted mis
años.
Adiós, mi querido primo:
Fanny
Du Villars”
BOLÍVAR, ANTES DEL
FIN...
Santa Marta, 6 de
diciembre de 1830.
Querida prima:
¿Te extraña que piense
en ti al borde del sepulcro? Ha llegado la última aurora.
Tengo al frente el mar
Caribe, azul y plata, agitado como mi alma por grandes tempestades; a mi
espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra con sus viejos picos
coronados de nieve impoluta como nuestros ensueños de 1805.
Por sobre mí, el cielo más bello de
América, la más hermosa sinfonía de colores, el más grandioso derroche de luz.
Y tú estás conmigo, porque todos me abandonan
Tú estás conmigo en los postreros latidos de la vida, en las últimas
fulguraciones de la conciencia.
¡Adiós Fanny! Esta
carta, llena de signos vacilantes, la escribe la mano que estrechó las tuyas en
las horas del amor, de la esperanza, de la fe.
Esta es la letra que
iluminó el relámpago de los cañones de Boyacá y Carabobo; esta es la letra
escrita del decreto de Trujillo y del mensaje del Congreso de Angostura.
¿No la reconoces,
verdad? Yo tampoco la reconocería si la muerte no me señalara con su dedo despiadado
la realidad de este supremo instante.
Si yo hubiera muerto en
un campo de batalla frente al enemigo, te dejaría mi gloria. La gloria que
entreví a tu lado en los campos de un sol de primavera.
Muero miserable, proscrito,
detestado por los mismos que gozaron mis favores, víctima de un inmenso dolor;
presa de infinitas amarguras.
Te dejo el recuerdo de
mis tristezas y lágrimas que no llegarán a verter mis ojos.¿No es digna de tu
grandeza tal ofrenda?
Estuviste en mi alma en
el peligro. Conmigo presidiste los consejos de gobierno. Tuyos son mis triunfos
y tuyos mis reveses. Tuyos son también mi último pensamiento y mi pena
final.
En las noches galantes
del Magdalena ví desfilar mil veces la góndola de Byron por las calles de
Venecia. En ella iban grandes bellezas y grandes hermosuras. Pero, no ibas tú;
porque tú flotabas en mi alma mostrada por las níveas castidades.
A la hora de los
grandes desengaños. A la hora de las últimas congojas apareces ante mis ojos de
moribundo con los hechizos de la juventud y de la fortuna.
Me miras y en tus
pupilas arde el fuego de los volcanes. Me hablas y en tu voz escucho las dianas
de Junín.
Adiós, Fanny. Todo ha
terminado. Juventud, ilusiones, risas y alegrías, se hunden en la nada.
Solo quedas tú como
ilusión seráfica. Señoreando el infinito. Dominando la eternidad.
Me tocó la misión del
relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y
tornar a perderse en el vacío.
Bolívar
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