A fines de la primera década de este siglo, estalló el boom de los grandes establecimientos comerciales en Trujillo.
Con el novedoso sistema de ofertas, fueron inaugurados en lugares estratégicos de la ciudad.
Concitaron la atención del público por la moderna distribución de sus tiendas, stans y artículos a disposición del comprador.
También, por sus amplios ambientes y floridos pasajes. Que bien podrían imitarse en el Paseo Peatonal de Pizarro.
El viernes pasado, colapsó el techo del patio de comidas del Real Plaza.
Seis personas fallecieron y 81 resultaron heridas. Aquí, es la más grande catástrofe de los últimos años.
Al margen de las causas de la desgracia, que se investigan, sanción a los responsables y pago de indemnizaciones, hay otras circunstancias.
Indigna la indiferencia de los propietarios del mall y los dueños de discotecas, que no detuvieron el estridente ruido de la música.
Quienes cumplen la difícil tarea de rescate, requieren silencio absoluto. Solo así, podrán escuchar las llamadas de auxilio.
O, los que preferían filmar, en vez de prestar ayuda y la presencia de candidatos que criticaban a las autoridades y hasta a los mismos socorristas.
Frente a esos condenables actos, resalta la iniciativa de los vecinos que llegaron para brindar agua y alimentos a los bomberos y rescatistas.
Lejos del lugar de operaciones, en los hospitales Belén y Regional, grupos
de jóvenes voluntarios donaban sangre para los afectados.
Al día siguiente. Sábado, 5 de la tarde. Tras 20 horas de intenso trabajo, hubo que relevar al escuadrón de bomberos.
Tan pronto aparecieron, exhaustos, una salva de aplausos de la gente que estaba afuera, agradeció su abnegada labor.
Era el reconocimiento. Único y gratificante pago por salvar vidas. Para ellos, los héroes, es suficiente. Aunque necesitan más que donaciones.
¡Jamás perdamos esa noble mística...!