Cuando los congresistas se cansan de promulgar leyes a su favor, recurren a una fácil manera de entretenerse.
Agudizan su capacidad e ingenio, que no utilizan en beneficio de la colectividad, para aprobar días de conmemoración nacional.
Con mordaz e inocultable viveza criolla, atiborran el calendario con intrascendentes fechas que, aunque no son feriados, figuran ahí.
Se trata de disparatados motivos para justificar su estéril trabajo.
Así, nos hemos saturado de días como del pescado, el limón, la cebolla, el ají, la lechuga, el camote, la yuca, el choclo y otros. ¡Es un chiste…!
Lo que no han ideado las apolilladas neuronas de ciertos legisladores y sus asesores, es la data más importante de la política peruana.
Es el Día del Congresista. Para que, si les alcanza el tiempo, realicen algunas de las múltiples actividades que hace la gente.
En forma presencial, acudirán a la tienda de la esquina para comprar el pan. Al mercado para adquirir los productos y ayudar a preparar los alimentos.
Esperarán en el paradero al micro, combi o mototaxi para ir al trabajo. Arrullados por los gritos, bocinas y sonidos propios del bullicio callejero.
No deben dejar de asistir a cualquier hospital y doblegarse al martirio de la atención médica. De arranque lo ignoran. Por no sacar cita previa.
Si tiene consulta exprés. Cola para las medicinas que no hay. Y, saldrá más enfermo que cuando entró, según palabras del consejero Robert De la Cruz.
Sentirán lo difícil que es, para millones de peruanos, ganarse la vida y romperse dos o tres años para cobrar el billetón que ustedes reciben en un mes.
El Día del Congresista se celebraría en la Semana de Representación. Bajo estricta vigilancia ciudadana.
Comisión para los periodistas cuando entrevisten a los impacientes candidatos. Preguntarles, si se atreverían a crear el Día del Congresista.
Hay mucho más. Pero, nos faltó espacio…
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