La fatídica pandemia del Covid, con lavado de manos, alcohol, mascarilla y decesos en el mundo entero, nos encerró en nuestros hogares.
Para evitar la infección, se incorporó el modo remoto en la mayoría de las actividades laborales y estudiantiles.
El Congreso no fue la excepción y lo aprovechó al máximo.
Sus miembros comenzaron a abusar de las sesiones on line. No obstante que su presencia es obligatoria.
Incumplieron el reglamento que establece que solo se podrá sesionar virtualmente “cuando ocurran circunstancias de gravedad”.
A inicios del ejercicio vigente, una legisladora con negocios en Estados Unidos, se dio el lujo de participar y votar por celular durante ocho meses.
Esta pésima conducta es hoy habitual. Los congresistas no acuden al hemiciclo que es su lugar de trabajo. Opinan y votan virtualmente.
Se han generalizado las sesiones con las curules vacías. Y, como casi todos hacen lo mismo, se protegen y no hay sanción.
Muchos quieren continuar gozando del festín y postularán a senadores, diputados y hasta presidente en los comicios del 2026.
Y para seguir en el facilismo, impulsan una iniciativa que pretende perennizar la virtualidad en el Legislativo que se va a elegir.
La moción es contradictoria en extremo.
Porque nace justo cuando el Congreso proyecta invertir más de 180 millones de soles en cinco obras para habilitar la bicameraclidad.
El experto Alejandro Rospigliosi consideró que en el trabajo legislativo jamás se va a comparar la presencialidad con la modalidad virtual.
La mala costumbre es contagiosa. Pese a que se les paga por asistir, la copia es espejo en el municipio de Trujillo y el Gobierno Regional de La Libertad.
En política, la virtualidad es un perverso elogio a la haraganería…
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