Frente a frente, dos tachos de basura. Inservibles porque carecen del depósito donde colocar los desperdicios. Hasta ahora no hay un solo infractor sancionado.
Es
posible que pocas ciudades del Perú y el mundo experimenten tan mala suerte y
adversidades, respecto a conciencia cívica, como Trujillo.
Aparte que no hemos tenido autoridades y
funcionarios que "la rompan" por el lugar en el que vivimos, hay
habitantes que no merecen residir aquí.
Dura.
Muy dura es la expresión. Pero, es cierta. Y la ratificamos.
Fue
José Murgia el alcalde que, siguiendo el ejemplo de las grandes urbes, dispuso
colocar tachos de basura en el centro histórico.
Fabricados
de metal, con un eje central movible para vaciar los desperdicios, se instalaron
en la intersección de las principales calles.
Todo
muy bien. Los transeúntes depositaban allí los desechos. Pero, ocurrió lo
inesperado. Duraron muy poco. Uno por uno, desaparecieron.
¿Qué
pasó...? ¡Los robaron...! Si. Enemigos de la ciudad, se los llevaron. Posiblemente,
para convertirlos en chatarra y ganar unos miserables céntimos.
Llegó
César Acuña al municipio. Quiso hermosear la ciudad. Empezó por los jardines e
insistió con los cubos. Para que luzca limpia.
Igual.
Tuvieron corta vida. Pronto se perdieron.
Se
conversó sobre eso en la comuna. "Ingeniero, si son de metal, los volverán
a sacar para venderlos como baratijas...".
Entonces,
se decidió cambiar la materia prima. "Serán de plástico...", dijo
Acuña, "Así nadie querrá llevárselos..."
No
fue la solución. Sucedió lo mismo. El saqueo se repitió.
Ahora
está Elidio Espinoza y, en su momento, acordó reponer los basureros inexistentes.
De
ellos, solo unos cuantos se mantienen. Los de la plaza de Armas y las áreas
circundantes.
Aquellos
de las intersecciones alejadas del centro y las distintas urbanizaciones, ya no
están más.
En
algunos casos, queda solo como recuerdo la barra horizontal fijada al piso. En
otros, el pedestal y la tapa. Sin el aparato.
La
situación más dramática y contraproducente se registra en zonas de poco
tránsito peatonal.
Allí,
los ladrones llegaron al extremo de limarlos desde su base y otros, hasta se
atrevieron a arrancarlos de raíz.
Actitudes
de esa naturaleza merecen el repudio general. Lo raro es que, hasta ahora, no
figura reporte de captura y sanción alguna a los infractores.
Y
allí está Trujillo. Escondiendo su cara de vergüenza ante todos a causa de
individuos que deberían ser castigados ejemplarmente.
De
otro lado, preocupa que ningún llamado a la cordura, ni al cuidado público,
remueva la conciencia de gente que considera la calle como basurero.
Consumen
un insignificante dulce, chicle o galleta y arrojan la envoltura al piso. ¿Por
qué...?. Si Trujillo es su localidad. Su hogar.
¿Dónde
quedó olvidada la decencia, los buenos modales, el respeto a los demás y los deberes cívicos...?
¿No
es más fácil introducir el papel en el bolsillo o la cartera y conducirlo hasta
la casa con tal de no ensuciar el medio ambiente...?
¿Qué
nos impide hacerlo...?.
El
núcleo urbano que nos alberga es nuestra gran vivienda. ¡Mantengámosla limpia,
ordenada y presentable...!
En
verdad. ¿Es tan complicado actuar correctamente...?
Ojalá
que esta muestra de descrédito y subdesarrollo termine pronto para que Trujillo
recupere el título de ciudad culta y señorial que alguna vez tuvo...
Del tacho solo queda la tapa. Algún compadecido vecino colocó en el pedestal una bolsa para que siga cumpliendo su misión. Es lo que se denomina: "hasta el final, morir en su ley..."
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