Hubiésemos deseado que el año 2020 se fuera con lo suyo. Como ocurre cuando se cierra una puerta y abre otra.
O como
la versión "Pasaje de ida", lógicamente sin retorno, que cantaba en
los sesenta el brasileño Sergio Murillo.
No fue
así. El año pasado jamás dará marcha atrás. Pero, nos dejó su lastre
empaquetado.
Empezando
por el covid-19 cuyos funestos tentáculos cubren la faz de la Tierra. Ahora en
otra variante. Más letal.
¿Y nosotros...?
Desamparados. Sin vacunas y con el infeliz récord mundial de mayor cantidad de
muertes, según The Economist.
Los
decesos no han cesado. Los contagios, tampoco. Los hospitales tienen camas solo
para pacientes graves.
Gente
indolente acude a reuniones. Otros, caminan sin mascarilla. Ni se separan del
resto.
Autoridades
que cometieron supuestos actos dolosos en emergencia sanitaria son
investigadas. Esperamos el veredicto.
La
pandemia paralizó juicios a expresidentes. También a la fogosa comisión Lava
Jato.
Sin
olvidar las demandas en los evidentes casos delictivos y de corrupción. Es hora
de desempolvar expedientes.
Quedó
un Perú dolido. Resquebrajado en su economía. Millones de desempleados y un
tambaleante PBI.
Un
presidente transitorio y un proceso electoral en pos del nuevo mandatario y
congreso.
El
futuro del país es una incógnita. La posibilidad de recuperación recae en el Ejecutivo,
Legislativo, instituciones tutelares y el propio pueblo.
Sabiduría
y sensatez deben ser el lema que guíe nuestros pasos.
Ser
austeros. Gastar lo necesario. Reducir el caro y voluminoso aparato estatal
debe integrar todo plan de gobierno.
Menos
beneficios a legisladores, ministros y funcionarios. Limitar asesores,
consultores, consejeros, adjuntos y demás. ¡Ahí se va la plata...!
Es una fórmula responsable para que la afligida ciudadanía recupere esa
confianza perdida en los políticos...
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