Caminaba plácidamente por una urbanización de Trujillo, cuando se me cruzó un pequeño acompañado de un adulto.
El
chiquillo sorbía lo poco que quedaba de una gaseosa. Unos pasos adelante, terminó
y arrojó la botella a la calzada.
-- Niño
no hagas eso --pronuncié. Antes de continuar, la intervención del señor, me lo impidió:
-- Y
usted qué se mete. Mi nieto puede botar la botella donde quiera. (¡plof!)
Sus palabras fueron aplastantes. Pasé la saliva.
Miré a otro lado. Y, seguí mi rumbo.
Otro
día, iba a bordo de un transporte público que, justo, transitaba frente a La Hermelinda.
Sentada,
una mujer saboreaba una jugosa mandarina y lanzaba las cáscaras por la ventana.
--
Señora --le dije con cierto temor-- ¿Por qué no reúne las cáscaras en la bolsita
que lleva y evita tirarlas afuera. La respuesta me paralizó:
-- Es
que allí también hay basura... (?)
Común es
observar aquí gente de toda edad consumir un chocolate, chicle, galleta, helado
o lo que sea y echar la envoltura en plena calle.
Estos fugaces
cortometrajes cobraron vida al saber que jóvenes recogieron más de 300 kilos de
desperdicios en la playa de Huanchaco.
Los
municipios tienen ordenanzas con multas para los infractores. Pero, como tantas
otras disposiciones, nunca se aplican.
La
falta del principio de autoridad es, muchas veces, cómplice del desorden y el
libertinaje.
Triste
panorama en un mundo donde la real diferencia entre países está marcada por la
cultura.
La
irresponsabilidad y falta de conciencia cívica es propia de pueblos atrasados.
El
planeta que nos alberga es nuestra casa. Nuestra morada. Debemos cuidarlo.
La
próxima vez que coma una golosina, guarde la envoltura en su bolsillo o
cartera.
Una
indescriptible sensación lo invadirá en lo más íntimo de su ser...
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