Tres precipitaciones pluviales, que soportaron Trujillo y sus distrito
actualizaron inconvenientes que arrastramos hace años.
Llovió,
fuerte y mojó igual, la madrugada del martes de la semana anterior. No se le
dio mucha importancia.
Cambió,
cuando el agua se desprendió de las nubes que teníamos encima, al amanecer del
día siguiente.
Fue
de menor intensidad. Sin embargo, empapó pistas, veredas y techos.
Cerca
de las diez de la noche del mismo miércoles, hubo un nuevo “duchazo desde el
cielo”.
Fueron
unos chapuzones. Nada más. Dirán algunos. Es cierto.
Pero,
con el antecedente de lo ocurrido los últimos meses del 2016 y los siete huaicos
de marzo del 2017, “ya estamos curados”.
Cualquier
llovizna, por más simple que sea, trae a la mente las imágenes del líquido
discurriendo por las calles de El Porvenir.
Parecía
un río cualquiera. Con la diferencia que las viviendas bordeaban el cauce. Una
verdadera desgracia.
Por
eso, los trujillanos tememos a las lluvias. Por ese lodazal que cruzó el centro
de un extremo a otro. Faltándole el respeto a la plaza de armas.
Qué
decir del aniego y perjuicios en Víctor Larco.
Esta vez,
alertadas las autoridades, fueron a la parte baja de las quebradas San Carlos y
San Ildefonso. No hay peligro, indicaron.
Señalan
que los estudios para evitar posteriores desbordes deben definir diques y rutas
de desembalse hacia el río Moche.
Todo
estará listo en octubre del 2023. Faltan dos años exactos. ¿Alcanzarán...? Ojalá
no se equivoquen.
Resta
todavía un dueto de veranos para encomendarse al Señor y nos libre de otra
tragedia.
Persiste,
por ahora, el triste espectáculo de baches y huecos en las vías de la ciudad y
urbanizaciones.
El
alcalde dice que tiene varios millones para repararlas.
¡Háganlo
pronto y bien...! Así, terminaremos con un problema de siempre…
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