Desde antes que Pedro Castillo se diera el autogolpe, sus vínculos con Manuel López, presidente de México, eran estrechos.
Tanto,
que el día del lapidario discurso, las puertas de la embajada azteca estaban
abiertas de par en par.
La
idea era que, si el plan fracasaba, tenía listo el asilo.
Al
detenerlo la policía, el apoyo fue para su familia.
Desde
entonces, López empezó una necia campaña de comentarios y críticas al gobierno
de Dina Boluarte.
No la
reconoció como mandataria. La tildó de ilegal. Tal como los seguidores del
anterior inquilino de palacio.
Y lo
repite en la cita con los periodistas, quienes nunca preguntan. Ni se interesan
por conocer la verdad.
Prevalece
en López, su ideología de izquierda.
Aquella
que lo impulsa a buscar aprobar en su país el Plan B de la Reforma Electoral
para perennizar su partido en el poder.
Pero,
no contó con la multitudinaria demanda contra él, del pueblo mexicano hace unos días.
Sobre
eso, la Sociedad de la Libertad le recordó que el 2020
afirmó que si 100 mil personas opositoras marchaban, dejaría el cargo.
Por
ello, le pidió respete su palabra y desista del mando luego que 500 mil
mexicanos protestaran en el Zócalo de la capital.
En
cuanto a Perú, debido a esa injerencia en nuestros asuntos internos, Boluarte
ordenó el retiro del embajador peruano en México.
La situación
es tensa. Algunos consideran que el gobierno nacional estudie la
posibilidad de acudir a la Corte de La Haya.
Todo
indica que López ignora por completo el Principio de No Intervención que regula
la relación entre las naciones del mundo.
Dicho axioma proclama: "ningún Estado tiene derecho a intervenir,
directa o indirectamente, sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos o
externos de cualquier otro, con la intención de afectar su voluntad".
La neutral
tesis protege el derecho de los Estados, su soberanía e independencia.
¡Una
lección de primaria para López Obrador...!
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