Después de muchos años, el martes 22,
Trujillo se paralizó.
La causa fue el paro masivo convocado
por los gremios de transporte público, acosado con el pago de cupos, debido al
alto índice de inseguridad.
No circuló ningún bus, micro, ni
colectivo. Tampoco taxis. Los que lo hicieron, abusaron con los precios.
La radical actitud fue un "jalón
de orejas" al gobierno, Congreso y autoridades por la inacción en la
adopción de estrategias y medidas efectivas.
El anuncio de la paralización obligó a
suspender las labores universitarias y escolares. Los mercados cerraron sus
puertas.
En forma ordenada y pacífica, las
delegaciones portaron pancartas alusivas. Desfilaron rondas campesinas de
lugares lejanos.
La ciudadanía estimó que el gobernador
y los alcaldes debieron encabezar la multitudinaria marcha.
El grito: "Nuestra lucha es por la paz",
resonó al unísono.
Al mediodía, la novedad fue
el "cacerolazo" de las amas de casa y
el silbido de sirenas en las
urbanizaciones.
Lejos
del justificado reclamo, las calles y avenidas de la periferia mostraron un
distinto panorama. Solo circularon vehículos particulares.
La totalidad de las vías, libres del
perturbador y frenético transitar de los automotores del transporte de
pasajeros.
No se escucharon las insistentes y
bulliciosas bocinas, ni pitos accionados por conductores que exageran su uso.
Resultó un día de silencio y calma.
Liberado del molesto chirrido de los carros antiguos que una benévola ley permite
circular.
Reinó la paz y tranquilidad. Especialmente
en el recorrido de las unidades, casi compitiendo, por las urbanizaciones.
Fue la otra cara de la paralización
del transporte público. Volvió, por un día, la arrebatada quietud y serenidad
anhelada por todos.
Aquella que un caótico trazo e
insólita ausencia de paraderos, atormenta a los trujillanos, ante la inoperancia
de sucesivos alcaldes...