Si usted está delante de una dama, ante la duda, dígale señorita. Notará, de inmediato, que sale ganando. (System electric).
Un suceso anecdótico, digno de
comentar, ocurrió la semana anterior en el devenir político del Perú
Fue a raíz de las frases expresadas
por un congresista conversando personalmente con la ministra de Salud.
Ella había sido convocada al congreso para
participar en una sesión programada por la comisión de Defensa del Consumidor.
En el transcurso de la reunión, al
dirigirse a la titular de cartera, el parlamentario pronunció:
--
Señora –se detuvo, hizo un silencio y preguntó-- ¿Señora o señorita…?
--
¡Señorita…! --respondió la ministra, en tono enfático, seguido de un
posterior exabrupto del interlocutor.
El caso se presenta también con los
periodistas de radio y televisión.
¿Cuántas oportunidades se ha encontrado
usted en ese mismo dilema…? ¿Qué es lo aconsejable...?
Eso, no se aprende en el colegio, el
instituto, ni la universidad. Surge en el ambiente de la propia relación
interpersonal.
Y, depende de cada uno de nosotros idear
cómo comunicarse para lograr el éxito deseado al comenzar un diálogo.
El hecho me trasladó, en el tiempo, a
la década del sesenta. Durante mis albores como redactor principal del diario
La Industria de Trujillo.
Sucedió en una plática sobre el trato
con las damas sostenida con dos colegas en la sala de redacción.
Un de los amigos se refería a las secretarias
de las autoridades, ejecutivos o empresarios que debía contactar.
Comentaba que, en algunas ocasiones,
había tenido problemas en el instante de dirigirse a las responsables de la
oficina.
Explicaba que una de ellas se enfadó
porque la saludó diciéndole “señora” cuando, en realidad, era señorita.
La charla me sirvió de advertencia para
tomar precauciones y evitar situaciones enojosas al empezar una entrevista, como
el compañero.
Consideré que la primera impresión y
el saludo, que aprendí en casa, eran vitales para iniciar un vínculo cordial que
redundaría en favor de la misión a cumplir como periodista.
Después del necesario contacto
telefónico, tomé una decisión que me dio excelentes resultados cuando la ponía
en práctica.
Al ingresar, opté por empezar
diciendo:
--
Señorita, buenos días, ¿Está el señor...?
Esa simple introducción parecía mágica.
Porque, quien estaba a cargo de la recepción, me respondía con el mejor agrado.
--
Cómo está, joven, buenos días. Ahora mismo le comunico que usted está aquí.
Otro día, cuando le decía señorita a
una persona que era casada, casi siempre contestaba sonriendo:
--
Gracias por lo de señorita...
Fueron escasas las circunstancias en que
insistieron ser consideradas casadas y debería llamarlas como tales.
Al contrario, casi todas quedaban
contentas y felices de ser nombradas como “señoritas”.
El panorama cambiaba si a una persona
de cierta edad le hablaba como señora, siendo señorita.
Desde entonces comprobé que decirle “señorita”
a todas las damas que laboraban en los diferentes escenarios, resultó un acierto.
Aquel
trato amable, convertido en costumbre, resultó una de las múltiples gratificantes
ocurrencias experimentadas a fuerza de ejercer el periodismo.
Queda el consejo. Si usted está delante
de una dama, ante la duda, dígale
señorita. Notará, de inmediato, que sale ganando...
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