El fin supremo del sistema democrático es la
participación ciudadana.
Pero, como es imposible su masiva intervención, se
canaliza a través de los partidos políticos.
Estos son organizaciones de interés público que actúan de acuerdo a ciertas ideas y
principios que promueven el bien común.
Su objetivo es
posibilitar la acción de la colectividad mediante la inscripción de asociados en
sus padrones oficiales.
También canalizar y trasmitir los intereses y demandas
de la población para considerarlos en la toma de decisiones del gobierno.
Eso se consigue por medio de las
autoridades y representantes electos que emergieron de sus filas.
Con el tiempo, algunas de estas
nobles causas fueron cubiertas por el oscuro manto de la corrupción.
Se presentaron casos tan graves
que impulsaron a la justicia incluirlos
en el pantanoso ámbito del crimen organizado.
Ocurrió con quienes se equivocaron en tal grado, que
creyeron que ocupar un cargo público era sinónimo de enriquecimiento personal.
Como resultado de la aplicación de la ley 30077 (un número
para recordar), varios malos políticos están presos. Otros investigados y hasta
prófugos.
Dicha norma fija
las reglas y procedimientos para la investigación, juzgamiento y sanción por
los delitos de las organizaciones criminales.
Hace
unos días, se presentó un proyecto para que los
partidos políticos no sean investigados, ni sancionados si sus adeptos cometen
delitos penales.
La fundamentación es para reir. Destaca que la
propuesta se justifica porque contribuye al "fortalecimiento de la
democracia". (?).
El
"genio" de la iniciativa dijo que los militantes que hayan cometido
delitos deben ser investigados sin comprometer a su partido político.
En tiempos que la corrupción corroe los cimientos de
la política, la desacertada propuesta intenta impedir castigar a todos los
implicados.
Los
partidos son responsables directos de sus afiliados. Por eso, deben ser
escrupulosos al inscribirlos. Captando ciudadanos no contaminados.
Si
sus integrantes delinquen, lo sensato y
obligatorio es asumir los cargos.
Negar
a sus partidarios es como si, en momentos críticos, un padre no quisiera
reconocer a sus hijos...
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