Me
alistaba a cruzar una calle en el centro cívico. De repente, muy cerca se
detuvo una joven madre con un niño de unos siete años.
Mostrando
que estaba aburrido, el pequeño empezó a exteriorizar su insatisfacción ante la
incomodidad de la señora.
No
estilo inmiscuirme en la vida de otros, porque uno no sabe cómo irán a
reaccionar pero, arriesgándome, sostuve:
--
Hazle caso a tu mamacita niño, porque ella tiene la razón. Una madre nunca se
equivoca cuando se trata de orientarlos.
El
chico se calmó. Más tranquilo, tomó con una mano a su progenitora y con la otra
la abrazó por la cintura.
Ella,
sorprendida, me quedó mirando. Finalmente, agradeció mis palabras.
Es
que el mayor regalo de Dios que puedan tener las madres son sus hijos. Ellos representan todo. Lo máximo.
Por
eso se dice que la orientación y guía de los padres es fundamental en el
desarrollo y la vida de sus vástagos.
También
es una certeza que ellas son intuitivas, al extremo que solo con verlos o
escucharlos saben cómo están, incluso siendo ya casados.
Existe
una anécdota que resume el indescriptible amor que una madre puede sentir por
sus hijos y viceversa. Hela aquí:
Una
madre y su pequeño se disponían a cruzar una corriente de agua. Precavida, ella
se dirige al menor y le dice:
-- Agárrate
fuerte de mi mano en caso de que ocurra algo mientras atravesamos el río.
El
niño responde:
--
No, mami, mejor tú agarra la mía.
La
madre pregunta:
--
¿Cuál es la diferencia...?
--
Si algo me pasa mientras cruzamos, seguramente yo soltaré tu mano. En cambio yo
sé que tú, nunca soltarás la mía...
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