viernes, 23 de diciembre de 2016

¡Feliz Navidad...!: ¡Para reflexionar y cambiar...!



          No existe, entre las celebraciones del mundo cristiano, una fecha que despierte tantos sentimientos de ternura, amor y paz, como la Navidad.

          La palabra, de raíces latinas, significa nacimiento y está simbólicamente vinculada a la llegada de Jesús al mundo terrenal.

          A este planeta que aparece como un minúsculo punto que destella, gracias a la luz del Sol, dentro de la inconmensurable magnitud del espacio sideral.

          Es la Tierra. Aquella que nos sirve de circunstancial morada y constituye el mudo testigo de nuestros problemas, fracasos, pesares, triunfos y alegrías.

          La Navidad sirve para recordar que Dios envió a su hijo para vivir con nosotros y enseñarnos su doctrina basada en que quien crea en él no se perderá y tendrá vida eterna.

          Esta festividad sirve para evocar al niño Jesús, María y José, el humilde pesebre, al árbol de luces, los inolvidables villancicos y hasta al bonachón papá Noel.

          Y, sobre todo, para tener siempre presente que existe un Dios que nos ama y, de manera permanente, vela por nosotros.

          Sin embargo, como seres inteligentes y responsables, nos otorga la libertad de conducirnos adecuadamente, regidos por nuestra propia conciencia.

           Aquí encaja con exactitud el consejo de Lucas cuando dice: "Cuiden de ustedes mismos. No sea que la vida depravada y las borracheras los vuelvan torpes..."

          ¿Cuántos actos absurdos, reñidos con la moral y la justicia, cometemos en busca del dinero fácil o dominados por el alcohol o las drogas...?

          Por ese motivo, la Navidad es una conmemoración anual que, al margen de los regalos, los brindis y las comidas, debe invitarnos a la reflexión.

          Viviendo los postreros días del año que se va y a las puertas del que empieza, la ocasión resulta propicia para pensar en nuestra particular existencia.

          ¿Qué somos...? ¿Qué hemos hecho hasta ahora...? ¿Nos contentamos con lo conseguido o aspiramos a más...? ¿Es conveniente trazarnos nuevas metas...?  ¿Cuáles son esos proyectos...?

          Solo nosotros conocemos la verdad de todo. El examen es personal. Al concluir, pueden extenderse las interrogantes a la familia sin dejar de dialogar con el cónyuge.

          Hagamos un análisis de lo correcto y lo equivocado que se nos cruzó, aún sin desearlo, en el camino este año que jamás volverá.

          Pongámoslos en una balanza. ¿Hacia dónde se inclina...? ¿Cuál pesa más...? ¿Lo positivo o lo negativo...?

          Si las malas prácticas prevalecen, hay algo que está fallando. No funciona bien. Entonces, hagámonos la promesa de cambiar.

          Para Dios nunca estamos perdidos. Siempre tenemos una oportunidad. Solo debemos tomar el sendero acertado. Por nosotros y quienes nos acompañan en este fugaz viaje por la vida.

          Y, en caso que sea lo contrario. ¡Felicitaciones...! Hay que persistir  en las buenas acciones, pues es el camino que nos señaló el Señor.

          La frase de Juan Pablo II, que adjuntamos enseguida, se ajusta a la perfección redondeando esta idea:

          "Jesús nace para la humanidad que busca la libertad y la paz. Nace para todo hombre oprimido por el pecado, necesitado de salvación y sediento de esperanza..."

          Allí está el secreto. Jamás perder la fe, el optimismo, la ilusión. Esa magia que nos impulsa a soñar y volar como las aves sin desprendernos del suelo...

          ¡Feliz Navidad...!

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