Cruda realidad que revela el atentado contra la cultura de Trujillo y el Perú.
Una de
estas friolentas mañanas de otoño, Trujillo amaneció con un panorama distinto
al acostumbrado.
El
busto del Inca Garcilaso de la Vega, que adornaba el tradicional Paseo de las
Letras, había sido arrancado de raíz.
La
alegoría acompañaba, en el mismo lugar, a las de César Vallejo, José Santos
Chocano y Ricardo Palma.
Ubicada
a tres cuadras de la Plaza de Armas, la zona fue creada para rendir homenaje a cuatro
de las grandes figuras de la literatura peruana.
Rodeada
de árboles, flores y bancas, está frente a la escuela Antonio Raimondi, uno de
los planteles emblemáticos de la ciudad.
El
atentado contra estos representantes de la nacionalidad no es el primero que se
produce en Trujillo.
Ocurrió
lo mismo con fracciones de los Húsares de Junín que engalanan el inicio de la
avenida del mismo nombre en el sector oeste.
Similares
eventos han sucedo en otros parques de las diferentes urbanizaciones que rodean
el centro histórico.
A ello
se asocia la consecutiva sustracción de las papeleras instaladas en varios
lugares por el municipio.
Tan
pronto se pusieron a disposición del público, fueron desapareciendo de manera
sistemática.
Por la
función que cumplen, en la necesidad de mantener limpia la ciudad, se
repusieron en sucesivas gestiones municipales.
Sin
embargo, volvieron a ser canibalizadas y, en algunos casos, de raíz empleando
herramientas.
Esa malsana
actitud demuestra que existe una organización delictiva dedicada a cometer este
infame atropello contra nuestro patrimonio.
Lo raro
es que en ningún momento se haya identificado, denunciado, detenido y castigado a los responsables.
Por
este y otros hechos, Trujillo ha ido perdiendo el título de Ciudad de la
Cultura que tuvo antes debido al comportamiento de la gente.
La
cortesía y consideración a los demás, incluyendo a los símbolos de la patria,
fueron antaño el signo distintivo de los trujillanos.
Y se
expresaba en el proceder cotidiano más sencillo. Empezando por el saludo,
pidiendo permiso, agradeciendo o disculpándose.
Se
complementaba cediendo la vereda o el asiento a los mayores, damas en estado o
personas especiales.
Hoy,
mucho de eso se ha perdido. El egocentrismo impide valorar al prójimo. Menos, a
quienes hacen relucir el nombre del Perú en el mundo entero.
A esa
espantosa realidad se añade la falta de respeto a las normas de tránsito y, peor
todavía, al indefenso peatón.
Sobre
este aspecto, es importante anotar lo que dice el politólogo Samuel Huntington
en su libro "Choque de Civilizaciones":
"En el mundo de la postguerra,
las distinciones más importantes entre los pueblos no son las ideológicas,
políticas, ni económicas, son las culturales...".
Está clarito. No hay nada que explicar.
No
estamos hablando de progreso. Como el caso de la telefonía móvil. Allí marchamos
casi al compás de los países desarrollados.
Si
pues. Pero. ¿Cómo vamos en cultura...?
El
destrozo de los monumentos de la civilidad y la abominable conducta de ciertos individuos,
es una evidencia que estamos rezagados.
Los
valores no han pasado de moda. El respeto, la honestidad, la humildad, la
prudencia y la nobleza de corazón, entre otros, están allí.
¡Es
urgente volver a ponerlos en práctica...!
No hay comentarios:
Publicar un comentario